En una casita de madera a las afueras de un pueblo, vivía una viuda con sus dos hijas. La hija mayor era arrogante y mezquina, mientras que la menor seguía el ejemplo de su difunto padre, que era amable y de buen corazón. Su madre quería mucho más a la hija mayor, porque era igual de mala. Obligaban a la hija menor a hacer todas las tareas pesadas de la casa. Juntas se pasaban el día descansando, burlándose de la "criada" y tratándola con crueldad. La hija menor también tenía que hacer una de las tareas más difíciles: ir a buscar agua a un pozo, que estaba muy lejos, en la orilla del bosque.
Un día, mientras la chica sacaba agua del pozo, se acercó una pobre anciana y le pidió un trago de la jarra. La hija de buen corazón no dudó ni un momento y ofreció agua a la mujer. Cuando la anciana había saciado su sed, decidió corresponder a la amabilidad de la chica.
—Nunca había conocido a una chica tan amable y humilde. Tienes que saber que no soy el tipo de abuela que crees que soy. Soy un hada y voy a recompensarte con esto: a partir de ahora, por cada palabra que digas, caerá una joya de tu boca.
Cuando la chica volvió a casa, su madre discutió con ella por haber llegado tarde: —¿Por qué has tardado tanto? No teníamos agua para hacer la comida por tu culpa.
—Lo siento, mamá, llegué muy tarde —dijo la pobre hija asustada. Pero en cuanto dijo esas palabras, un diamante cayó de sus labios.
Cuando su madre vio la piedra, su ceño feo se transformó en una amplia sonrisa en su rostro. —¿De dónde has sacado este tesoro, querida? —le preguntó.
Después de…