Érase una vez una pequeña aldea en el corazón del bosque y los hombres de su tribu, que se ganaban la vida con su artesanÃa.
Forjaban hierro y cazaban animales salvajes. Los más difÃciles de atrapar eran los jabalÃes verrugosos porque atacaban tan rápido a los cazadores que no tenÃan tiempo ni de levantar la lanza. Pero, salvo por los jabalÃes, la aldea era muy tranquila.
En la tribu, vivÃa una niña que no se parecÃa nada al resto de niños de la aldea. Era tan hermosa como una diosa. Sus padres estaban muy orgullosos de tener una hija de tanta belleza y alardeaban de ella con frecuencia.
Años después, cuando la niña se habÃa convertido en una preciosa joven, sus padres comenzaron a hablar de casarla, pero no les valÃa ningún hombre de la aldea. ¡Claro que no, no para su tesoro! Su niña merecÃa casarse con el ser más poderoso del mundo.
Pensaron y discurrieron durante muchos dÃas sobre cuál serÃa el mejor pretendiente para su hija. Incluso confeccionaron una lista de toda la gente importante que habÃa sobre la Tierra para ver si alguno era realmente merecedor de su hija, pero fueron tachándolos a todos al encontrarlos insuficientes. ¡No habÃa ni uno, ni uno!
Finalmente, ambos concluyeron que el ser más poderoso del mundo entero era el dios del sol. Él serÃa el mejor marido que su hija pudiera desear.
Sin dudar ni un momento, cerraron la puerta de casa con unas tablas y emprendieron el arduo viaje en busca del dios. Tras varios dÃas de búsqueda, al fin dieron con él en la más alta cumbre de la más alta montaña. El dios del sol los recibió asÃ:
—Queridos humanos, ¿qué os trae por aquÃ?
—Nuestra hija es m-m-muy b-b-bella y estamos b-b-buscando…