Hace mucho, mucho tiempo, los habitantes del mundo tenÃan una vida mucho más fácil que la que vivimos en nuestros dÃas. No habÃa nadie que conociera la pobreza y sobrellevaban con bastante entereza los largos y crudos inviernos. No es que no pasaran frÃo, sino que no tenÃan que arrastrar pesados vagones llenos de madera ni cargar con grandes montones de leña en la espalda.
En otoño, salÃan a los bosques a talar árboles y ataban todos los troncos con una cuerda muy resistente. Entonces, con el golpe de una varita mágica hecha de cobre, ¡la madera se trasladaba sola adonde tenÃa que ir!
HacÃa todo el camino desde el bosque hasta las aldeas. Cruzaba montañas, valles y arroyos y pasaba por senderos muy estrechos y por amplias sendas en los campos. Nadie tenÃa que indicarle en qué dirección debÃa ir porque ya lo sabÃa.
Cuando los aldeanos regresaban del bosque, la madera ya estaba lista para usar, toda apilada ordenadamente en la plaza de la aldea, en los jardines de las casas y en los almacenes de las tiendas. Solo debÃan serrar la madera en trozos pequeños para utilizarla durante todo el año.
¿Por qué ya no es asÃ? Porque la gente siempre quiere más y, cuando las cosas nos van bien, queremos que vayan aún mejor. En este caso, el desastre vino de la mano de una mujer muy egoÃsta que odiaba esforzarse por nada.
En un frÃo y borrascoso dÃa de otoño, los habitantes de la aldea cortaron los árboles como siempre hacÃan y los amontonaron a un lado. PodrÃan haber agitado la varita de cobre para que la madera viajara sola, como de costumbre. ¡Pero no! Esta mujer no tenÃa ganas de andar por el bosque bajo la lluvia. Era un camino muy largo hasta…