Hace mucho tiempo, cuando el dÃa y la noche ni siquiera existÃan, la gente vivÃa en completa oscuridad. Solo el fuego, que ya sabÃan hacer, proporcionaba un poco de luz en sus cuevas. Los chasquidos de la leña ardiendo en el fuego no solo se oÃan en la cueva, sino también en las inmediaciones de su entrada, lo que permitÃa a los cazadores que regresaban de su cacerÃa saber que ya estaban cerca de su cobijo que les protegÃa de la oscura jungla y sus peligros.
Las cuevas eran muy frÃas y húmedas porque el agua de los manantiales de la montaña se filtraba al subsuelo. A la gente antigua le gustaba embellecer sus inhóspitas moradas con dibujos en las paredes. Dejaban enfriar los carboncillos calientes que saltaban del fuego y luego los utilizaban para hacer dibujos de diversos animales en las paredes de piedra.
Un dÃa ocurrió que a uno de los cazadores se le prendió de repente un carboncillo en la mano. Cuando abrió la palma de la mano las brasas empezaron a brillar con gran intensidad. En un instante se iluminó y se calentó toda la cueva como nunca. Cuando el cazador cerró el puño, volvió la profunda oscuridad.
A partir de entonces, el cazador que llevaba el carboncillo en la mano caminaba siempre el primero para mostrar el camino a los demás. Pero la luz solo estaba donde él estaba, y la oscuridad y el frÃo seguÃan reinando en todo su alrededor.
Un dÃa ese hombre subió a una alta colina y en la cima abrió la palma de la mano. Todo el valle se iluminó y la gente sintió un agradable calor. Desde entonces empezó a subir a la colina cercana dÃa tras dÃa para que los demás también…