Érase una vez un viejo rey que tenía tres hijos perezosos. Toda su infancia se la pasaron tumbados en el sofá, dando vueltas y vueltas y bostezando.
Pero, una vez que alcanzaron la edad adulta, llegó el momento de casarse y de formar una familia a la que deberían cuidar. Sin embargo, los hermanos perezosos se sentían tan a gusto en casa que no sentían la necesidad de enamorarse. ¿Para qué, si los sirvientes cumplirían sus deseos día tras día?
Un día, el rey se enojó muchísimo y pidió que los hijos fueran llevados a la corte real. Con tres ramas en la mano, les dijo: —Arrojaré una rama y en función de la dirección en la que esta caiga, cada uno de vosotros tendrá que ir a buscar una novia. Aquel que encuentre la novia más hábil, recibirá la mitad de mi reino.
Lanzó una rama para el hermano mayor que apuntaba hacia una granja enorme y próspera. Así que, dicho hermano acudió al lugar y pidió al acaudalado dueño de la casa la mano de su hija.
Para el hermano mediano, el rey lanzó la rama hacia una cabaña. Así, este se dispuso a visitar a un viejo campesino que vivía allí, para ver si podía casarse con su hija. Ambos hermanos tuvieron éxito, pues eran hijos de la realeza.
En cambio, el hijo menor no tendría tanta suerte. La rama cayó muy lejos, y la encontró sobre un arbusto, cerca del bosque. Tendría que buscar una novia en esa inmensa selva. Mientras caminaba por el denso bosque, el camino lo llevó hacia una pequeña cabaña, escondida bajo un gran pino. Entonces, abrió la vieja puerta y decidió entrar. Tuvo que agacharse bastante para poder entrar por la puertecita. No había nadie…