La sirenita

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Uno de los cuentos más famosos y hermosos de Andersen.

Una conmovedora historia sobre el amor de una sirenita que se enamora de un príncipe. Por amor, la sirena se convierte en humana y sacrifica no sólo su voz, sino en última instancia su propia vida.
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La sirenita
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En las profundidades del océano, donde el agua era azul y cristalina y ningún rayo de sol podía atravesar la superficie hasta el fondo, había un vasto reino. Era hermoso, con paredes de coral y algas de todos los colores. Todas las criaturas del océano convivían en paz: peces grandes y pequeños, plantas, erizos de mar y sirenas. El rey sirena tenía cinco hijas. Su madre lo ayudaba a gobernar el reino y a criar a las niñas, porque su mujer había fallecido hacía muchos años.

Todos en el reino seguían las reglas, y por eso vivían sin problemas. Una de las reglas establecía que ninguna sirena podía acercarse a la superficie del agua hasta que cumpliera quince años. Hasta entonces, tenía que quedarse en el reino para estar a salvo.

La hija mayor del rey estaba a punto de cumplir quince años. Sin embargo, era la menor la que más ansiaba ver el mundo de arriba, y ella aún tenía que esperar cinco años más. Se pasaba horas sentada en su jardín (cada una tenía su propio jardín) imaginando lo bien que la pasaría en la superficie. En el centro de su jardín había una estatua de mármol de un príncipe humano. La había encontrado en el fondo del océano y le gustaba tanto que hasta hablaba con el príncipe como si fuera una persona real.

Su abuela les contaba historias sobre todas las cosas bellas que había más allá del océano, aunque siempre se aseguraba de añadir que las cosas más maravillosas que se podían encontrar no estaban arriba, sino aquí mismo, en su hogar acuático. Pero la sirenita no veía la hora de conocer el mundo de arriba.

Pasó el tiempo y, ahora, la menor también estaba a punto de cumplir quince años. Durante años había escuchado las historias de sus hermanas sobre cómo era estar arriba. Su hermana mayor tenía cinco años más. El día de su decimoquinto cumpleaños había vuelto de la superficie con historias acerca de un cielo nocturno lleno de estrellas y constelaciones de los dioses. La otra hermana había visto una magnífica puesta de sol llena de color. La tercera había nadado hacia la orilla y había encontrado altos árboles verdes e imponentes acantilados. A la cuarta le gustaba nadar en invierno para ver grandes glaciares y morsas. Mientras todas las demás hermanas habían empezado a aburrirse de ese otro mundo, la más joven ni siquiera lo había probado todavía. Lo que más deseaba era ver a los humanos y, sobre todo, verlos caminar. Mientras limpiaba las pequeñas algas de su estatua de mármol, examinaba las piernas del príncipe y se preguntaba qué se sentiría tener un par de ellas.

El día del primer viaje de la sirenita a la superficie, su abuela le dio un gran abrazo, le puso una corona de flores en la cabeza para la ocasión especial y decoró su cola con exquisitas perlas.

— Has crecido muy deprisa, mi niña —dijo su padre. Ella se limitó a sonreírle, pues para ella, parecía que ese día había tardado siglos en llegar.

— ¡Mira qué guapa estás! —dijo su abuela, poniéndole la última perla en la cola.

La sirenita estaba entusiasmada. Nadó lo más rápido que pudo mientras sus perlas chasqueaban al acercarse a la superficie. Al llegar, miró a su alrededor asombrada durante un minuto antes de que la alegría se apoderara de ella y empezara a saltar alegremente fuera del agua dando gritos de felicidad. Los delfines, al oír su alegre risa, nadaron hacia ella y se unieron a su baile. Era aún mejor de lo que había soñado.

Al cabo de un rato, vio un barco y se dirigió hacia él. La abuela le había advertido que podía ser peligroso, pero no podía perder la oportunidad de ver a un ser humano de verdad, ¡con piernas y todo!

Al acercarse, vio una multitud de gente en la cubierta. Parecía una celebración. Nadó con cuidado a su alrededor y, de repente, se fijó en una ventanita a su altura. Dentro, un chico con una corona estaba sentado en una habitación, estirando sus magníficas piernas. Ella se quedó mirandolo, sin poder apartar los ojos de él. Era precioso. Era igual que la estatua del príncipe de su jardín.

La sirenita se quedó observando el desarrollo de la fiesta. Se respiraba buen ambiente. Pero a medianoche, bajo un cielo oscuro, dispararon fuegos artificiales. La sirenita se escondió bajo el agua, porque nunca había visto nada igual. Cuando volvió a asomarse, vio los más bellos colores y dibujos, como si los humanos estuvieran creando sus propias constelaciones. De repente, el cielo se nubló y cayó un rayo. ¡Empezaba una tormenta!

Al instante, las olas chocaron con el barco, que apenas se mantenía en pie por el fuerte viento. Otro rayo partió en dos el mástil principal. El agua salpicó la cubierta y el mar embravecido partió el barco por la mitad. El barco era una ruina, y la gente estaba esparcida por todas partes en las oscuras aguas agitadas. La sirenita estaba aterrorizada, pero aun así quería salvar al príncipe. Sin pensárselo dos veces, nadó entre los restos del naufragio. Cuando lo encontró, lo tomó en brazos y lo llevó hasta la orilla. Acercó su cabeza al pecho del príncipe: ¡todavía respiraba! Tristemente, sabiendo bien que no podía permanecer fuera del agua, le besó suavemente la frente y se escondió detrás de una roca.

Lo vigiló desde detrás de la roca hasta el amanecer. Entonces llegó un grupo de gente y lo encontró. Una de ellas era una princesa muy guapa. En cuanto el príncipe abrió los ojos y la vio, sonrió y dijo:

— ¡Ángel mío! Me has salvado la vida. Te estaré agradecido hasta mi último aliento.

La sirenita se sintió apenada. Ella era la que había salvado al príncipe, pero no podía emitir ningún sonido. Se quedó allí sentada y sollozó en silencio. La sonrisa del príncipe le pertenecía y ella lo sabía. Cuando el grupo y el príncipe desaparecieron de la orilla rocosa, la sirenita volvió nadando a su reino. Cuando regresó, decepcionada, fue directo al jardín y se sentó tranquilamente junto a la estatua.

A su regreso, sus curiosas hermanas empezaron inmediatamente a acribillarla a preguntas: ¿Qué has visto, hermanita? ¿Te ha gustado? — Pero al fijarse en su cara, se dieron cuenta de que la sirenita no estaba feliz— ¿Por qué estás tan triste?

Al principio no quería revelar la verdad a sus hermanas, pero la sirenita confiaba en ellas. Eran muy cariñosas y fue un alivio hablarles del príncipe. La mayor sabía dónde encontrarlo. El príncipe tenía un vasto reino junto al océano. De repente, ¡la sirenita tenía esperanzas de nuevo! Al día siguiente fue a ver al príncipe, y cada día que pasaba volvía para observarlo desde lejos. Poco a poco, empezó a sentir que lo conocía y pronto se dio cuenta de que se había enamorado perdidamente de él.

Un día, hubo una gran celebración en el reino del océano. Las cinco hermanas se vistieron de gala y peinaron sus hermosos y largos cabellos. Podían cubrirse con él como si fuera seda. La mayor tenía el pelo rojo como las llamas; la segunda, negro como el carbón; la tercera, gris como la plata y la cuarta castaño como las nueces. La hija menor tenía mechones que parecían de oro. Todas eran conocidas por sus bellas voces, y su padre se había asegurado de que cantaran en la celebración.

La sirenita más joven cantó primero, y fue la canción más bonita de todas. Todos estaban pasándola a lo grande, pero la sirenita sólo podía pensar en su príncipe, por lo que se sentía absolutamente desgraciada.

«Si el príncipe supiera que existo» pensó. «Daría cualquier cosa por pasar aunque sólo fuera un día a su lado».

De repente algo le vino a la mente. Recordó que había una vieja bruja del mar que vivía en las profundidades del oscuro desfiladero. Estaba lleno de lodo negro y serpientes marinas que acechaban en las sombras, esperando a cualquiera que se atreviera a pasar nadando, pero la sirenita sabía que la bruja era la única que podía ayudarla. Así que se escabulló de la fiesta y nadó por el profundo y oscuro océano hasta llegar a las cuevas de la bruja.

No era fácil llegar hasta la bruja, y había muchos obstáculos en el camino. Sin embargo, el peligroso viaje no asustó a la muchacha. Sólo cuando llegó al desfiladero se puso un poco nerviosa.

— Por favor, quiero convertirme en humana —dijo con voz temblorosa— ¿Puedes ayudarme?

— Sé por qué estás aquí, querida —respondió la bruja—. Quieres que un príncipe se enamore de ti y se case contigo. Así podrás tener un alma inmortal que existirá incluso después de tu muerte.

La sirenita no sabía que los humanos tenían almas eternas, a diferencia de los de su especie. Las sirenas vivían mucho, trescientos años, pero cuando morían se convertían en espuma de mar y desaparecían sin dejar rastro. Ella sólo quería que el príncipe la amara, pero un alma inmortal también sonaba bien.

— Bien—dijo la bruja, mirando a la sirena—. Es posible, por supuesto. Pero hay algunas condiciones: Una vez que tu cola se convierta en dos palos llamados piernas, cada vez que pises el suelo vas a sentir como si cien agujas se clavaran en tus pies. Y eso no es todo. Si el príncipe se casa con otra mujer, su primera mañana juntos será tu última mañana y tu vida se acabará. Y, por último, una vez que te conviertas en humano, no hay vuelta atrás. Nunca podrás volver al océano. ¿Todavía lo quieres?

La sirenita no dudó.

— Sí. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por él.

— Bueno, entonces está bien. Oh, debo mencionar que te va a costar un poco. Sólo tienes que darme tu voz.

— ¿Mi voz? — La sirena no la creía— ¿Pero entonces cómo hablaría con el príncipe y le diría que lo amo?

— Bueno, tendrás que encantarlo de alguna otra manera. Me temo que esto no es negociable, querida. Sin voz, no hay piernas.

La sirenita sintió como si ya no pudiera hablar. Asintió, luego miró a la bruja y dijo, con firmeza:

— De acuerdo. Estoy lista.

La bruja empezó a cocinar un elixir mágico que burbujeaba siniestramente. Una vez listo, lo embotelló y se lo dio a la niña con instrucciones.

El reino submarino estaba silencioso y tranquilo cuando ella regresó. Todos dormían. Sin hacer ruido, se despidió de su padre, su abuela y sus hermanas con un beso y subió nadando a la superficie, cerca del castillo del príncipe. Cuando llegó a la orilla, subió a la arena, bebió el elixir y se quedó dormida.

Cuando despertó, ya no era una sirena. Sintió una mano en el brazo y, cuando abrió los ojos, vio al príncipe inclinado sobre ella, con cara de preocupación.

— No tengas miedo —dijo—. Te encontré tirada aquí en la playa. Sólo quiero ayudarte.

Quiso asegurarle que no tenía miedo, que era ella quien lo había salvado, pero no le salió ningún sonido. ¡No tenía voz!

El príncipe la llevó a su castillo y encargó que le confeccionaran un hermoso vestido. Ahora tenía el aspecto de una muchacha encantadora, pero cada paso que daba le dolía como si le clavaran mil agujas en los pies. Sin embargo, cuando miraba al príncipe, todo su dolor y sus preocupaciones desaparecían.

Con el paso del tiempo, la sirenita y el príncipe se hicieron muy amigos. El dolor de sus piernas era ahora más soportable y le recordaba lo mucho que echaba de menos a su familia. Aun así, nunca se arrepintió de haber perdido la voz, ni de haber cambiado su vida anterior por la que tenía ahora. Todos los días eran emocionantes. El príncipe le enseñaba lugares, la llevaba a fiestas y celebraciones, a montar a caballo y a navegar.

Con el tiempo, a medida que sus sentimientos por él se hacían más fuertes, intentó una y otra vez que la reconociera como la chica que había salvado su vida, pero él nunca lo hizo. Y entonces, una noche de verano, mientras miraban juntos las estrellas, él le contó un secreto.

— La noche que cumplí dieciocho años, mi barco se vio envuelto en una gran tormenta y casi todos los pasajeros perecieron. Llegué a la orilla, pero lo único que recuerdo es que una hermosa princesa me salvó. Estaba allí cuando desperté y me enamoré de ella en cuanto la vi. Desde entonces he albergado la esperanza de volver a encontrarla para pedirle que se case conmigo, pero el destino nunca me lo ha permitido, así que he decidido actuar. Por favor, ¿podrías venir a buscarla conmigo? Viajaremos por todos los reinos que conozco. Tengo que encontrarla. A excepción de ella, tú eres lo más cercano a mi corazón, y te necesito a mi lado en este viaje.

La sirenita no sabía qué hacer. Intentó una vez más decirle que ella era la chica que lo había salvado, pero él no se dio cuenta ni lo entendió. Así que, finalmente, asintió y se marchó con él en busca de la princesa de la que estaba enamorado.

Habían navegado durante semanas y visitado cuatro reinos cuando por fin llegaron al reino más lejano que el príncipe conocía. Casi había perdido la esperanza de encontrar a la princesa, y la sirenita por fin empezaba a sentir que ella aún tenía una oportunidad. Pero cuando llegaron al reino, el príncipe por fin vio a la chica que había estado buscando… sin saber que, en ese momento, había sellado el destino de su amiga.

Pronto se eligió el día de la boda. La sirenita no podía hacer nada para cambiarlo. Podría haber intentado decirle al príncipe una vez más que se había equivocado de chica, pero él estaba tan contento que la sirenita no quería estropearlo. Lo único que podía hacer era mirar en silencio y fingir que se alegraba por el príncipe. Durante toda la ceremonia, sostuvo la cola blanca de la novia y sonrió entre lágrimas. No tardó en terminar la ceremonia y, al caer la tarde, la sirenita se fue a dar un paseo por la playa. Sabía que por la mañana ya no estaría viva. De repente, oyó el suave zumbido de unas voces que la llamaban a acercarse al océano. Se acercó a la orilla del mar y vio a sus queridas hermanas, pero algo iba mal: ¡les habían cortado el pelo!

— La bruja nos lo ha contado todo —dijeron las hermanas—. Dice que lo dejaste todo por el príncipe y que pronto morirás porque se casó con otra. No obstante, hemos conseguido hacer un trato con ella. Le hemos dado nuestro cabello a cambio de este puñal mágico. Lo único que tienes que hacer es apuñalar al príncipe en el corazón y tu cola crecerá y podrás seguir con vida —. Le tendieron el puñal y murmuraron— Hazlo, hazlo, por favor, hazlo.

Aquella noche, la sirenita se escabulló en la habitación del príncipe, que dormía plácidamente junto a su nueva esposa. Se acercó unos pasos a la cama y levantó el puñal por encima de su pecho. Permaneció allí durante minutos, pero no se atrevió a hacerlo. Salvó su vida una vez y volvería a hacerlo ahora. Lo amaba demasiado, así que le besó suavemente la mejilla y salió sigilosamente.

La sirenita se quedó en la playa con sus hermanas, y en cuanto el piar de los pájaros anunció el nuevo día y el sol empezó a asomar, la sirenita empezó a disolverse en espuma de mar. Sus hermanas lloraron cuando empezó a derretirse, pero de repente su alma humana salió de su cuerpo. Parecía un rayo de sol, y sus hermanas vieron cómo se elevaba hacia el cielo y se unía a las nubes.

Cuando un ser humano muere, su alma se une al viento y vive para siempre, pero cuando una sirena con alma humana muere, se convierte en ninfa. Al pequeño rayo de luz le crecieron alas y, de repente, la sirenita recuperó su voz. Para cualquier persona viva, las ninfas del viento sólo parecen rayos de sol, pero cuando sopla el viento se puede oler su agradable aroma o escuchar sus suaves susurros.

La pequeña ninfa estaba tan contenta de haber recuperado su voz que bailó entre las nubes y cantó una hermosa canción. Luego bajó volando hacia sus hermanas, las bañó en luz y les susurró:

— No estén tristes, hermanas. Estaré aquí para siempre. Ahora soy feliz y las quiero.

El príncipe nunca entendió lo que le había pasado a su amiga, pero como sabemos, nunca fue tan inteligente. Sin embargo, tenía la sensación de que ella era feliz y, de vez en cuando, la luz brillaba en sus ojos y, por un segundo, creía verla.

Y así, la sirenita se convirtió en ninfa y se dedicó por la eternidad a cantar canciones con los pájaros y a bailar en las nubes.

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