Érase una vez un rey que vivía y reinaba en un país muy lejano. Un día, este rey se dijo que tenía que tocar la luna para hacerse famoso por todo el mundo. Estaba tan obsesionado con esa idea que no pensaba en otra cosa y se olvidó de reinar. Cada día pensaba en cómo podría subir tan alto como para tocar la luna. Incluso cuando dormía, soñaba con que subía hacia la luna y casi casi la tocaba.
Tras largos días y noches pensando constantemente en cómo tocar la luna, al rey se le ocurrió una idea. Se le metió en la cabeza que había que construir una torre tan alta que quien estuviera en lo alto de ella pudiera alcanzar la luna.
Inmediatamente hizo llamar al carpintero real y le ordenó que construyera la torre según sus indicaciones. Al oír esto, el carpintero se marchó cabizbajo, porque no tenía ni idea de cómo construir una torre tan alta. Durante varios días estuvo andando de aquí para allá, pensando, midiendo, calculando, haciendo bocetos, pero los rompía nada más dibujarlos y los días pasaban y seguía sin ocurrírsele nada. Al cabo una semana, el rey estaba tan impaciente que no podía seguir viendo como el carpintero se limitaba a medir y contar sin construir nada. Así que un día le amenazó de esta manera: —Si no construyes la torre en tres días, haré que te corten la cabeza.
El pobre carpintero se puso aún más triste. Habló con todos sus ayudantes, pero nadie sabía qué hacer. Pasó un día, y otro, y al carpintero no se le ocurría nada, hasta que, finalmente, la mañana del tercer día, el desesperado carpintero se despertó con la idea de cómo podría construirse la torre. Corrió a la cámara del…