Érase una vez un hombre pobre que poseÃa muy pocos bienes y que se ganaba la vida cavando zanjas. Un dÃa, mientras excavaba a uno de los lados del camino real, ¡pasó por allà el mismÃsimo rey!
Este se detuvo un rato para observar al hombre trabajar y pensó: «¡Madre mÃa, cavar en este terreno tan duro y rocoso debe de ser agotador! Ganará mucho dinero, porque no tendrÃa sentido hacer esto por unas mÃseras monedas».
Tras examinarlo unos minutos más, el rey le preguntó al trabajador:
—Disculpe, ¿cuánto dinero gana por su trabajo?
—Gano tres monedas al dÃa, majestad —respondió el hombre, haciendo una profunda reverencia.
El rey se quedó estupefacto, con los ojos abiertos como platos, ya que no podÃa creer lo que acababa de oÃr.
—¿Cómo se puede vivir con tan solo tres monedas? —preguntó—. Me cuesta creer que alguien pueda vivir con tan poco.
—No vivo con tres monedas —respondió el hombre—. ¡Si las tres monedas fueran todas para mÃ, mi vida serÃa mucho más fácil! Pero tengo que devolver una, prestar otra y vivir con la tercera —explicó.
Aquello le resultó al rey tan confuso que le empezó a doler la cabeza. SeguÃa sin comprender cómo el hombre podÃa vivir asÃ, de modo que le dijo:
—No entiendo lo que quiere decir. Por más que lo intento, no logro comprender cómo puede sobrevivir.
—Es muy simple, majestad—dijo el hombre—. Cuido de mi padre, que fue quien me crio, y le devuelvo una moneda por haberme cuidado desde que nacÃ, y por haberme dado dinero. También tengo un hijo, asà que le presto mi segunda moneda y, algún dÃa, cuando yo sea mayor y no pueda trabajar, él cuidará de mà para devolverme el favor. Y, por último, vivo con la única moneda que…