Hace mucho tiempo, cuando en la tierra aún no había ríos burbujeantes ni lagos cristalinos, sólo existía un mar solitario. Este era el hogar de cuatro dragones: el Dragón Largo, el Dragón Amarillo, el Dragón Negro y el Dragón de las Perlas.
De vez en cuando subían a la superficie, chapoteaban y se elevaban en el cielo mientras jugaban al escondite entre las densas nubes.
Un día, mientras jugaban y se perseguían por el cielo, el Dragón de las Perlas llamó a los otros tres:
— ¡Vengan aquí! Vengan todos. ¡Rápido! ¡Hay algo digno de ver!
Los Dragones Largo, Amarillo y Negro se apresuraron hacia él de inmediato.
— ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —preguntaban sus amigos con impaciencia, entusiasmo y un poco de preocupación...
El Dragón de las Perlas señaló al suelo. ¡Había una enorme multitud de gente! Algunos lloraban y se lamentaban, mientras que otros rezaban de rodillas y quemaban incienso que olía a canela. Los lamentos, los llantos y el olor a canela llegaron al corazón de todos los dragones.
De repente, los dragones oyeron a una mujer rezando a los dioses.
— Por favor, ¡sólo envíenos unas gotas de agua! Sólo una gota, es todo lo que pedimos. Una mísera gotita. Hace meses que no llueve y, ¡todos nuestros cultivos están a punto de marchitarse y morir!
— Pobre gente —dijo el Dragón Amarillo con tristeza. Sacudió la cabeza, conteniendo las lágrimas.
— Van a morir todos de hambre si no llueve pronto —dijo el Dragón Negro. A él también se le partía el corazón al verlos.
Entonces el Dragón de las Perlas tuvo una idea.
— ¿Por qué no vamos al mismísimo Dios de la Lluvia y le pedimos que envíe a la gente un poco de agua fresca desde el cielo? —dijo.…